martes, 15 de mayo de 2018

De Ambulante, Jano Opazo



En De Ambulante, Jano Opazo parece llevarnos por un viaje pedregoso, en donde resalta la reflexión y el desencanto social. Es un camino plagado de imágenes y signos que nos conducen a pensar en nuestro espacio habitual, el lugar donde vivimos, el país del que somos parte y el mundo en el que habitamos. Opazo efectivamente es un caminante, que nos va indicando, con la mirada, o la punta de su dedo, donde quiere que pongamos nuestra atención.

Construido a partir de una estructura de 5 bloques, el autor nos presenta una obra compacta, que puede resumirse en una caminata, o el andar, o como dice el prólogo, en el nomadismo. En definitiva, en un viaje, en un viaje de 10 años o más, en el viaje de una existencia.

Opazo escribe: “me sujeto de lo vicioso de mi existencia buscando ideas que no dejen de pensar en lo cotidiano”. En este sentido, el autor se transforma en una cámara que nos muestra o nos invita a pensar en lo habitual, en todo aquello que pasamos por alto durante el día, o quizá la noche. Y aquí nos podemos preguntar  ¿Por qué acostumbramos a no poner atención en las cosas cotidianas, pese a que justamente, son cotidianas, lo que implica que siempre están cerca de nosotros? Me aventuro a responder porque nuestra mente está configurada para preocuparse de las necesidades más básicas y la educación, cultura y medios de comunicación masiva nos tienen idiotizados.

Creo que un libro como De Ambulante, hay leerlo de manera terapéutica, en cuanto a que el poeta nos presenta un camino para resistir esta falta de interés en lo cotidiano y en lo que, según él, realmente importa: el caminar. Esto me hace sentido, porque desde adolescente me ha gustado  caminar, caminar solo o escuchando música. Un filósofo del que no recuerdo el nombre, decía que caminar, caminar por caminar, ese acto inútil que su razón de ser se proyecta en lo incensario, es un acto de resistencia, un acto de firmeza contra un modelo que supone exclusivamente  la producción, entendida esta como el proceso de fabricación y elaboración de bienes, productos, servicios con un valor transable en el mercado a gran escala.

De este modo, el poeta nos vuelve a indicar con su dedo o su mirada una manera de ver el mundo y el entorno, donde la reflexión es fundamental. ¿Para qué necesitamos reflexionar en las cosas cotidianas? Desde un punto de vista general, podemos decir que reflexionar es una actividad propia del hombre, una actividad que es ineludible para comportarnos como hombres. La reflexión, esa actividad de pensamiento o consideración de algo con atención, fundamental para sacar conclusiones, debería estar en medio de, justamente, las cosas cotidianas que nos acompañan a diario. ¿Pero esto es así? ¿Reflexionamos cotidianamente, pensando, analizando, evaluando? Parece que la respuesta es obvia.

Este libro, espacialmente por ser un libro de poemas, donde siempre las palabras intentan ir más allá de su significado, es necesario entenderlo como una estructura que nos muestra explícitamente el modo de ver y entender el mundo de su autor, un autor que a través de un viaje que nunca termina, que es infinito y muchas veces desalentador, nos indica, nos muestra y nos insta, como ya lo he dicho, con su dedo o la mirada, a concentrarnos en la forma primigenia de las cosas, de los ecos, de la nieve, del caos y del bosque.


Por Rubén Silva
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Cancionero Mariquita de Enrique Galaz




Cancionero Mariquita, de Enrique Galaz, es justamente lo que su título dice, un cancionero. En estos poemas, escritos en una mezcla de verso libre y rimas, Galaz inunda páginas de ritmo y música, en donde el poema se transforma en una canción y la música toma protagonismo por sobre la palabra.


Pero ¿cuál es la diferencia entre un poema y una canción? A mi modo de ver, son más las similitudes que las diferencias entre ambos formatos. Por un lado, si nos enfocamos en una poesía más bien formal, donde la estructura y la métrica son fundamentales, encontramos ciertas diferencias como que un poema no tiene estribillo y una canción sí, o que las canciones no son rígidas en su estructura silábica. Sin embargo, cuando hablamos de poesía en verso libre, creo que no hay mucha diferencia. Ambos formatos tienen una función expresiva, por lo general los versos se combinan en estrofas, ambos usan figuras retóricas y en algunos casos presentan rimas. Por lo demás, la única distinción obvia es que las canciones están hechas para ser cantadas y los poemas para ser leídos.

Y es aquí donde aparece lo interesante en el texto de Galaz. Por una parte, pareciera ser que estos poemas por el solo hecho de ser leídos ya tienen un componente musical incorporado. Al avanzar por las páginas de este libro, nos vamos dando cuenta de la musicalidad de los versos, del ritmo de determinadas palabras, de las melodías que parecen flotar suspendidas en el aire. La música emana de ellos en el sólo instante de leerlos. Pareciera ser que fueron escritos mientras había música detrás, sonando, muy cerca o a la distancia. O tal vez, simplemente son parte de una banda sonora, de un conjunto de bandas pop o rock, que distribuyen melodías a través del aire, melodías etéreas, contractuales.

Por otra parte, parece que el poeta desde un comienzo canta sus poemas a una persona determinada.  El yo y el tu son parte fundamental y el hilo conductor de estos versos, que dejan entrever los vestigios del amor, el odio, la borrachera y el sexo. Más allá que el tu sea una mujer, ese tu, ese auditor que recibe en sus oídos la melodía de Galaz directamente y sin altavoces, no ha sido pasivo o pasiva en la vida de ese yo, que canta sus poemas a viva voz. El yo se ha conmovido, se ha dolido, pero también ha reído, disfrutado, en sobriedad y fuera de ella, del amor exuberante que un tu ha sabido entregar en determinados instantes, a pesar de que luego, haya invitado a la tragedia y la desgracia a las puertas de yo. Para que quede claro, para mi el yo es el propio autor, esa voz cantante que se escucha todo el tiempo al leer estos poemas; el tu, es ese ente receptor, una mujer principalmente, que escucha y activa los sentimientos más abismales del autor.

Cancionero Mariquita es un libro ameno que entre versos que nos recuerdan a poetas clásicos, nos invita a un viaje musical o tal vez al ejercicio de ponerle música de fondo a estos poemas. ¿Qué música le pondría? Yo pondría música de los 70 u 80tas, quizá hasta de los 90. No creo que haya que encasillar. Más bien hay que darle libertad a estos poemas que se manifiestan más bien como canciones, canciones que buscan ser cantadas, oídas, habladas. Este poemario, quizá debe ser leído justo al instante en que es cantado.

Por Rubén Silva
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