viernes, 18 de marzo de 2016


Sobre Uno Contra Todo, de Roberto Muñoz.


Escribir sobre el libro de una persona que no conoces, de la que no sabes algo de sus rutinas, su intimidad, su forma de entender y percibir el mundo, es una empresa inabarcable, me dijo una vez una amiga. Ella lo mencionó a raíz de justamente la crítica literaria, el comentario de libros. Cuando se me encomendó presentar Uno Contra Todo de Roberto Muñoz, esta sentencia no dejó de rondarme, porque en cierto sentido, para escribir sobre un texto, el contexto del escritor, su historia, su biografía, si se quiere, es concluyente a la hora de juzgar su obra. Y esto no por mero capricho, sino más bien, por situar la escritura en la esfera misma de la vida, del flujo de energía vital, aquellos momentos que por lo general pasan desapercibidos, encubiertos bajo el envoltorio del lenguaje. Sin embargo, este desconocimiento de la intimidad del autor al que me enfrento (desconocimiento que rondará por completo la escritura de este texto), no es un impedimento total a la hora de emitir juicios sobre su obra, porque los textos se juzgan, se aprecian, se discuten, por lo general, sin tener acceso a un margen aceptable de información acerca de la vida privada del autor. De ahí que la sentencia de mi amiga: “es una empresa inabarcable”, pueda ser tomada como un comentario polémico o simple exageración.  Teniendo esto en cuenta, quiero limitarme a decir algunas cosas sobre el libro de Roberto.

Dejando de lado el aspecto técnico, que presenta desniveles en términos escriturales, este libro parece ser una reflexión y crítica sobre el mundo y la vida, aunque también un texto confesional. Por una parte, encontramos pasajes demoledores que buscan un cuestionamiento estructural a sistemas de significación bien reconocibles, y por la otra, relatos desgarradores sobre la amargura y el sinsentido de la existencia, que pueden traernos a la memoria el registro de Zaratustra de Nietzsche o los pasajes más dramáticos del Eclesiastés de Salomón. A ratos, a este desenfado le cuesta desmarcarse de la controversia más obvia del sistema de construcción simbólico actual, desenfado al que ya nos tienen más o menos acostumbrados los actores sociales que gustan de marchar por las calles o algunos intelectuales de una izquierda más bien reaccionaria que despilfarran retórica sin proponer salidas a las tensiones que indican con el dedo. Sin embargo, destaca el tono desgarrador de algunos pasajes que rememoran la literatura de Isidore Lucien Ducasse o el duro film Solo Contra Todos, de Gaspar Noé. Y es esto lo que más me ha llamado la atención. A mi modo de ver, Roberto nos presenta este desenfado, disgusto, y violencia, como la excusa, la antesala para rondar la sensualidad y el amor, amor que se cuela por los poros al mismo instante que las palabras nos presentan un mundo diezmado y carcomido por el sinsentido. Creo, sin embargo, que esta elección no es ingenua, puesto Roberto no nos presenta el amor como una salida, una solución a la tensión, un consenso, sino como una revelación, aquella manifestación de lo indecible en la esfera de la historia, en otras palabras, como aquel sin sentido, simple espejismo, que es capaz de construir un mundo y llenarnos de optimismo, entendiendo el riesgo de lo que esto puede significar. En este sentido, el amor romántico no es una respuesta que determine un camino a seguir porque, en palabras de Roberto “por más que lo intente cabelleras ensangrentadas descansan bajo el agua”. En este verso se vislumbra la incapacidad del amor para desplegar su propia esencia y finalidad. Teniendo esto en cuenta, el amor es una artillería pesada que falla sus disparos, no alcanza su objetivo, encuentra la pólvora húmeda y se limita a proyectar balas sin dirección. Aun así, pareciera que el amor (o quizá sólo una mujer), es la proyección, la imagen virtual de un respiro, de una fraternidad, de aquel instante efímero que no alcanza a ser aprehendido como momento definitivo de paz o descanso. Y de ahí su importancia, su importancia como revelación que apenas puede ser comprendida por nuestros códigos de lenguaje.

Por otro lado, llama mi atención la alusión a tres obras más o menos conocidas del repertorio de la música docta, que son: sonata para piano y violín en La Mayor de Franck, Dance of the Knight de Prokofiev y Lascia ch´io pianga, de Händel. Más allá de encasillar estas obras exclusivamente a los pasajes donde son citadas, me gusta la idea de que funcionen como la música de fondo que suena mientras nos enfrentamos a la lectura del libro. De este modo, la armonía sensual, las modulaciones reconocibles del estilo romántico, en Franck y Prokofiev y barroco-clásico en Händel, en definitiva, música expresiva que demuestra dramatismo hacia al mundo, se comporta como un contrapunto al tono narrativo denso, opaco y en ocasiones agresivo del libro. Resulta interesante imaginar como el autor, en medio de discursos que apelan a la deconstrucción de significados, a la enunciación de lo indecible y al esbozo de algún tipo de programa nihilista, es capaz de contemplar melodías sutiles, escasamente disonantes, contraponiéndolas así a una narración desgarradora, que da cuenta de la atrofia del hombre inmerso en el deseo sin límites ni ética, influjo del pensamiento liberal que es la base del tardo-capitalismo actual. En este sentido, Uno Contra Todo resulta en una estética de la contraposición, en cuanto la sensualidad, se ve enfrentada en el espejo del sin sentido del vivir humano. En otras palabras, el libro de Roberto parece insertarse en esta dimensión dual, que apela a un imaginario contradictorio, a una psicología humana que no navega sólo en una dirección, sino que en varias, y por lo general en direcciones opuestas. Así, la configuración humana puede ser entendida al menos, en dos dimensiones: la palabra, que apela al desgarro de una cotidianeidad corroída por el mismo hombre, y la música, aquel lenguaje que está por sobre la palabra y que nos presenta la vida algo más poética, algo más nostálgica.
       

Por último, creo que este libro, dentro de sus propios límites y alcances, es un buen pretexto para preguntarnos sobre nuestra propia estadía en el mundo, sobre aquella estructura política, económica y social que nos constituye como los sujetos en que nos hemos convertido, y por sobre todo, por el discurso normativo que nos controla, dirige y en algunos casos, nos convierte en sujetos dóciles y amables justamente con todo lo que negamos u odiamos. Y esto por el innegable romanticismo que evidencia el libro, romanticismo que está vinculado a la melancolía, a la pérdida de la esperanza, al auge de una actitud heroica y al sublime mundo de la razón y la sinrazón, engranajes en el contraste del hombre en medio del desgaste de su propia vida. No me resta más que felicitar a Roberto por esta publicación y a la Editorial Polla Literaria por su eficiente trabajo en la  manufactura del texto. 

Por Euronymous

                                              

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