Sobre Uno Contra Todo, de Roberto Muñoz.
Escribir sobre el libro de
una persona que no conoces, de la que no sabes algo de sus rutinas, su
intimidad, su forma de entender y percibir el mundo, es una empresa
inabarcable, me dijo una vez una amiga. Ella lo mencionó a raíz de justamente
la crítica literaria, el comentario de libros. Cuando se me encomendó presentar
Uno Contra Todo de Roberto Muñoz, esta sentencia no dejó de rondarme, porque en
cierto sentido, para escribir sobre un texto, el contexto del escritor, su
historia, su biografía, si se quiere, es concluyente a la hora de juzgar su
obra. Y esto no por mero capricho, sino más bien, por situar la escritura en la
esfera misma de la vida, del flujo de energía vital, aquellos momentos que por
lo general pasan desapercibidos, encubiertos bajo el envoltorio del lenguaje.
Sin embargo, este desconocimiento de la intimidad del autor al que me enfrento
(desconocimiento que rondará por completo la escritura de este texto), no es un
impedimento total a la hora de emitir
juicios sobre su obra, porque los textos se juzgan, se aprecian, se discuten,
por lo general, sin tener acceso a un margen aceptable de información acerca de
la vida privada del autor. De ahí que la sentencia de mi amiga: “es una empresa
inabarcable”, pueda ser tomada como un comentario polémico o simple
exageración. Teniendo esto en cuenta,
quiero limitarme a decir algunas cosas sobre el libro de Roberto.
Dejando de lado el aspecto
técnico, que presenta desniveles en términos escriturales, este libro parece
ser una reflexión y crítica sobre el mundo y la vida, aunque también un texto
confesional. Por una parte, encontramos pasajes demoledores que buscan un
cuestionamiento estructural a sistemas de significación bien reconocibles, y
por la otra, relatos desgarradores sobre la amargura y el sinsentido de la
existencia, que pueden traernos a la memoria el registro de Zaratustra de
Nietzsche o los pasajes más dramáticos del Eclesiastés de Salomón. A ratos, a
este desenfado le cuesta desmarcarse de la controversia más obvia del sistema
de construcción simbólico actual, desenfado al que ya nos tienen más o menos
acostumbrados los actores sociales que gustan de marchar por las calles o
algunos intelectuales de una izquierda más bien reaccionaria que despilfarran retórica
sin proponer salidas a las tensiones que indican con el dedo. Sin embargo,
destaca el tono desgarrador de algunos pasajes que rememoran la literatura de
Isidore Lucien Ducasse o el duro film Solo Contra Todos, de Gaspar Noé. Y es
esto lo que más me ha llamado la atención. A mi modo de ver, Roberto nos
presenta este desenfado, disgusto, y violencia, como la excusa, la antesala
para rondar la sensualidad y el amor, amor que se cuela por los poros al mismo
instante que las palabras nos presentan un mundo diezmado y carcomido por el
sinsentido. Creo, sin embargo, que esta elección no es ingenua, puesto Roberto
no nos presenta el amor como una salida, una solución a la tensión, un
consenso, sino como una revelación, aquella manifestación de lo indecible en la
esfera de la historia, en otras palabras, como aquel sin sentido, simple
espejismo, que es capaz de construir un mundo y llenarnos de optimismo,
entendiendo el riesgo de lo que esto puede significar. En este sentido, el amor
romántico no es una respuesta que determine un camino a seguir porque, en
palabras de Roberto “por más que lo intente cabelleras ensangrentadas descansan
bajo el agua”. En este verso se vislumbra la incapacidad del amor para
desplegar su propia esencia y finalidad. Teniendo esto en cuenta, el amor es
una artillería pesada que falla sus disparos, no alcanza su objetivo, encuentra
la pólvora húmeda y se limita a proyectar balas sin dirección. Aun así,
pareciera que el amor (o quizá sólo una mujer), es la proyección, la imagen
virtual de un respiro, de una fraternidad, de aquel instante efímero que no
alcanza a ser aprehendido como momento definitivo de paz o descanso. Y de ahí
su importancia, su importancia como revelación que apenas puede ser comprendida
por nuestros códigos de lenguaje.
Por otro lado, llama mi
atención la alusión a tres obras más o menos conocidas del repertorio de la
música docta, que son: sonata para piano y violín en La Mayor de Franck, Dance
of the Knight de Prokofiev y Lascia ch´io pianga, de Händel. Más allá de
encasillar estas obras exclusivamente a los pasajes donde son citadas, me gusta
la idea de que funcionen como la música de fondo que suena mientras nos
enfrentamos a la lectura del libro. De este modo, la armonía sensual, las
modulaciones reconocibles del estilo romántico, en Franck y Prokofiev y
barroco-clásico en Händel, en definitiva, música expresiva que demuestra
dramatismo hacia al mundo, se comporta como un contrapunto al tono narrativo
denso, opaco y en ocasiones agresivo del libro. Resulta interesante imaginar
como el autor, en medio de discursos que apelan a la deconstrucción de
significados, a la enunciación de lo indecible y al esbozo de algún tipo de
programa nihilista, es capaz de contemplar melodías sutiles, escasamente
disonantes, contraponiéndolas así a una narración desgarradora, que da cuenta
de la atrofia del hombre inmerso en el deseo sin límites ni ética, influjo del
pensamiento liberal que es la base del tardo-capitalismo actual. En este
sentido, Uno Contra Todo resulta en una estética de la contraposición, en
cuanto la sensualidad, se ve enfrentada en el espejo del sin sentido del vivir
humano. En otras palabras, el libro de Roberto parece insertarse en esta
dimensión dual, que apela a un imaginario contradictorio, a una psicología
humana que no navega sólo en una dirección, sino que en varias, y por lo
general en direcciones opuestas. Así, la configuración humana puede ser
entendida al menos, en dos dimensiones: la palabra, que apela al desgarro de una
cotidianeidad corroída por el mismo hombre, y la música, aquel lenguaje que
está por sobre la palabra y que nos presenta la vida algo más poética, algo más
nostálgica.
Por último, creo que este
libro, dentro de sus propios límites y alcances, es un buen pretexto para
preguntarnos sobre nuestra propia estadía en el mundo, sobre aquella estructura
política, económica y social que nos constituye como los sujetos en que nos
hemos convertido, y por sobre todo, por el discurso normativo que nos controla,
dirige y en algunos casos, nos convierte en sujetos dóciles y amables justamente
con todo lo que negamos u odiamos. Y esto por el innegable romanticismo que
evidencia el libro, romanticismo que está vinculado a la melancolía, a la
pérdida de la esperanza, al auge de una actitud heroica y al sublime mundo de
la razón y la sinrazón, engranajes en el contraste del hombre en medio del
desgaste de su propia vida. No me resta más que felicitar a Roberto por esta
publicación y a la Editorial Polla Literaria por su eficiente trabajo en la manufactura del texto.
Por Euronymous
Por Euronymous
No hay comentarios:
Publicar un comentario