Un acercamiento al descalabro de la
moral.
Así como Ariadna, hija de Minos, le
enseñó a Teseo el sencillo truco de ir desenrollando un hilo mientras avanzaba
por el laberinto con la finalidad de poder salir de él una vez hubiera matado
al Minotauro, es necesario construir el propio ardid, la propia estrategia,
para poder entrar y salir de la confusión que se nos presenta en Los Hijos de
los Hombres. Un libro de cuentos, quizá, una novela, tal vez. Eso no interesa.
Lo que importa es el cruce de voces, el diálogo, la polifonía que se va
tejiendo a medida que el lector avanza por los caminos que propone el autor. La
tarea es ardua, puede no tener sentido. La paciencia para con cierto tipo de
literatura se demostraría al intentar sumergirse en un texto que invita al
caos, al desorden, a la totalidad de la experiencia de la muerte, el desquicio
y la locura. Aquí no interesan los nombres, los espacios, tampoco el tiempo.
Interesa sólo la práctica conmovedora de la brutalidad, el sinsentido de la
moral humana, la tortura como forma de auto-perversión. En este libro no hay
Dios, hay infierno; no hay cielo, hay un león que acecha a sus presas. El texto
propone al hombre contemporáneo como un ser que no se escapa de la bestialidad,
que su cultura actual es sólo una herramienta para aplacar su maldad, para
sobrellevar, de mejor manera, la maldición de ser una creación impulsiva e
irracional. La tecnología, material e inmaterial, no transforma al hombre, sólo
lo oculta, sólo esconde a un ser caído, a un ser condenado a la muerte. Después
de hacer un trabajo de ficción y quitar toda la cultura y la tecnología del
corazón humano, no queda nada más que Caín matando a Abel, no queda más que el
asesinato, físico, discursivo, mediático, de una raza que se aniquila sin
piedad y sin un porqué. Sin embargo, el amor, el humor y la nostalgia, no
tienen por qué excluirse del teatro de la maldad, no tienen por qué escapar a
las páginas de un libro. Porque todo se ha trastocado, todo se ha enfermado
después de un pequeño acto de soberbia en el inicio de los tiempos. Todo puede
contarse dentro de los límites del bien y el mal. Entre conversaciones,
recuerdos y música, se pretende inaugurar un nuevo estado de conciencia del
daño y la miseria. Enmarcado en una línea que va desde Thomas Pynchon a Foster
Wallace, de Isidore Lucien Ducasse a Bruno Vidal, y por qué no, desde Human
Condition de Mortification a Demented Aggression de Cannibal Corpse, Los Hijos
de los Hombres intenta dejar en evidencia la poesía y el sinsentido que hay en
la creación humana. De ahí la importancia del salmo: recuerda cuán breve es mi vida; ¡con qué propósito vano has creado a
todos los hijos de los hombres!
Por Lobo Vikernes
Link de la presentación del libro aquí abajo:
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